Comparto con vosotros un extracto del artículo "Decídase a tomar decisones" de la autora Jenny Moix publicado en el suplemento dominical de El País del pasado 09/11/2008:
En las sociedades avanzadas, el abanico de actividades de ocio que se nos ofrece es cada vez más amplio; la cantidad de carreras universitarias que se ofertan van en aumento; la permisividad respecto a distintas formas de vida se amplía. parece que diseñar nuestra vida a medida es cada vez más factible. esta gran posibilidad de elección que podríamos vivir como una deliciosa libertad, a veces la vivimos con un enorme desasosiego, porque cada vez que elegimos un camino descartamos otros y se nos antoja que, en lugar de libertad, lo que experimentamos es una renuncia constante. Y esta sensación convierte la toma de decisones en una auténtica tortura. las dudas pueden llegar a paralizarnos.
En el famosísimo concurso Un, dos, tres... Responda otra vez, la pareja concursante debía escoger entre varias puertas, y sólo detrás de una de ellas se encontraba el coche o el apartamento, que eran los premios más preciados; elegir otras puertas suponía un auténtico fracaso, no sólo para ellos, sino para todos los telespectadores, que vivíamos la decisión con una empática empatía. Pues bien, intuyo que muchas personas contemplan su futuro de la misma forma que los concursantes decidían entre las diferentes puertas. ¿Realmente sólo hay un camino correcto? Quizá el hecho de que sean felices con la opción que escojan depende más de ellos mismos, de con qué actitud decidan vivirla, que del camino mismo. No hay caminos objetivamente correctos como nos cuenta una conocida historia Zen:
"Había una vez un anciano granjeroque tenía una yegua. Un día, la yegua saltó la verja y salió corriendo. Sus vecinos le dijeron; Ahora ya no tienes caballo que te sirva de arriero en a época de siembra. !Qué mala suerte!.
- Buena suerte, mala suerte -contestó el granjero-. ¿Quién sabe?
la semana siguiente, la yegua regresó acampoñada de dos sementales: Ahora con tres caballos eres rico, le dijeron sus vecino. !Qué suerte tienes!.
- Buena suerte, mala suerte -contestó el granjero-. ¿Quién sabe?
Aquella tarde el hijo único del granjerointentó domar a uno de los sementales, pero éste le tiró al suelo y le rompió una pierna: Ahora ya no tienes a nadie que te ayude en la plantación, le dijeron los vecinos !Qué mala suerte!.
- Buena suerte, mala suerte -contestó el granjero-. ¿Quién sabe?
Al día siguiente, los soldados del emperador pasaron por aquella ciudad alistando a todos los varones primogénitos de cada familia, pero dejaron al hijo del granjero por su pierna rota: Tu hijo es el único primogénito en la provincia que no ha sido separado de su familia, le dijeron los vecinos. !Qué suerte tienes...!"